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Ciudad de Madrid
Ciudad de Madrid Getty images

En una reciente conversación con tres urbanistas, dos de ellos arquitectos y un abogado, me preguntaban por uno de los puntos de encuentro propuestos desde esta tribuna, aquel en el que defino cómo ha de cuidarse la percepción estética del ciudadano a través de la gestión urbana. No está en mi ánimo reiterar lo ya expuesto, pero sí entendí que conviene matizar o, por mejor decir, procurar aterrizar lo abstracto, si no de manera concreta o específica, mediante la definición o propuesta de acciones o actuaciones individualizadas o singulares, al menos sí de manera genérica, permitiendo al lector y a mí mismo llegar desde la abstracción a la generalización de aquellos conceptos que entiendo han de considerarse siempre que se pretenda una gestión urbana que contemple a la cultura y a una de sus principales derivadas, la belleza, como esenciales en la generación de ciudad o, claro es, en la regeneración de la ciudad vivida.

Entiendo que ha de plantearse siempre el gestor cómo los ciudadanos, los que serán usuarios de la ciudad, construyen su propia imagen de cualquier objeto urbano, pues es ese usuario quien confirmará la información que proponga el planeamiento o la gestión para el sitio, la calle, la infraestructura proyectada o ejecutada. Y es que con demasiada frecuencia en la generación de ciudad sus usuarios, los vecinos, no se identifican con la imagen de aquello que se crea y, lo que ha de preocupar más, con el mensaje que el objeto urbano pretende trasladar. En la planificación y en la gestión urbanas, hoy, entiendo que resulta redundante, hasta machacón, sentenciar que el resultado del proceso urbano ha de ser una ciudad en la que convivan la historia del lugar en que se actúa y el presente que se construye, así como las formas y estilos que configuran esa evolución histórica del lugar, priorizando siempre y como consecuencia, la comunicación y la participación ciudadana. Solo así puede conseguirse un resultado armónico entre arquitectura, espacio urbano y naturaleza.

En tal sentido y desde mi particular visión es por lo que, en la gestión urbana y respecto a la percepción estética de la ciudad construida, siempre me inclino por el "less is more de Mies Van der Rohe" y tal como él lo concibe, esto es, desde la voluntad del gestor urbano de conseguir el máximo impacto estético positivo y el mayor orden posible mediante la utilización de los mínimos elementos significativos, evitando condicionar la aceptación o el rechazo de quien ha de darle un contenido estético último, el ciudadano. Y ello por la sencilla razón de que, en definitiva, habrá de ser aquel ciudadano quien construya esa percepción estética, subjetiva e individual, aunque llevé ínsita la capacidad de hacerse colectiva. Confieso en este punto que me espanta y horroriza la disneyficación a la que algunos someten o pretenden someter a algunas de las ciudades más bellas del mundo. Y no me refiero a la construcción de iconos que signifiquen estéticamente a una ciudad, tampoco, por ejemplo, a las propuestas que algunos de los grandes proyectos culturales universales, como pueden serlo una exposición internacional o la celebración de unos juegos olímpicos, han implementado en las ciudades que los acogen. Hablo de la desmesurada atención que algunos ponen a los detalles, cuando son superfluos o abundantes o desligados del constructum locum, a la búsqueda de una belleza impostada o absurda que no genera más que confusión y ruido, o a la pretendida “belleza global”, casi siempre extravagante y ajena. Y nada hay más contrario a la Estética que la confusión o el ruido.

Tampoco implica lo expuesto una oposición a la transformación, ni siquiera a la creación de una nueva imagen de ciudad, pues son las transformaciones y la generación de imaginarios nuevos con los que se identifique la sociedad presente, las que hacen avanzar y progresar a la ciudad. La cultura, su progreso y evolución, las renovaciones urbanas que la emplean como fundamento, las nuevas industrias culturales, el arte urbano, los distritos y barrios culturales o la construcción de nuevos iconos urbanos, han de estar siempre presentes en la planificación y construcción de la ciudad deseada.

Ahora bien y para lo que hoy me trae a nuestro Punto de Encuentro, sucede que considero al paisaje como crisol en el que fundir casi todos los aspectos mencionados. Parto, eso sí, de una concepción de paisaje distinta a la tradicional o clásica, diferente a aquella que nos enseñaron los extraordinarios pintores y poetas del romanticismo. La percepción del paisaje hoy va superando, afortunadamente, a aquel pintoresquismo evocador que tanto nos atrae y que tanta belleza nos ha regalado. El paisaje no es solo natural, el paisaje es también urbano o industrial o, incluso y si lo prefieren, decadente. El paisaje existe porque el ciudadano lo contempla y se lo apropia. Es una realidad variable, líquida y compleja que adquiere sentido a través de aquella percepción estética de quien lo contempla, pues este será el único que le atribuya, a través de sus sentidos, aquellas cualidades culturales y evocadoras, sus cualidades estéticas. Traigo de nuevo hoy a uno de nuestros más grandes pensadores, José Ortega y Gasset, cuando nos ilustra afirmando que el paisaje es aquello del mundo que existe realmente para cada individuo, es su realidad, es su vida misma. El observador crea al paisaje, lo define y significa. Somos lo que vemos.

Así las cosas, el gestor urbano no puede nunca olvidar que el paisaje que construye, la ciudad en que interviene no ha de pretender forzar esa percepción, ni condicionarla. Si pierde de vista que está construyendo o moldeando tantos paisajes cuantos ciudadanos contemplen el espacio singular proyectado o construido, estará condenando la posibilidad de la recreación, de la verdadera generación de una percepción estética favorable o positiva. La idea de construcción que lleva implícito el concepto de paisaje en la generación de ciudad ha de obligar al gestor a contemplar, pues, que esa construcción cultural ha de favorecer la percepción estética individual si pretende convertirla en colectiva. Si permite al ciudadano la aprehensión del paisaje desde su propia experiencia, sin forzarle con confusión o ruido innecesario, estará dando un paso de gigante hacia la consecución de la belleza y de una percepción colectiva positiva de la estética urbana.

La construcción del paisaje en la ciudad contemporánea exige a quien planifica o gestiona acercarse al suelo ordenado o construido de manera libre y activa y siempre respetando los márgenes culturales del tiempo en el que actúa, esto es, facilitando la observación, la recreación y, en definitiva, la percepción estética del ciudadano de hoy. La integración de entorno urbano y natural ha de implicar, siempre, a todos nuestros sentidos, no solo a la vista. También han de intervenir el olfato, el oído, el tacto. Se refería siempre Le Corbusier al tacto como una segunda forma de vista, interpretación que ha de extenderse, también, a los otros sentidos. Los nuevos desarrollos urbanos no solo han de permitir al ciudadano caminar por sus parques o por sus calles, lo han de invitar a hacerlo, pues caminando es como construirá su percepción estética, como integrará el paisaje, el entorno urbano y natural, en su acervo cultural, siendo este el camino primero

y esencial para la construcción de uno de los elementos que siempre sitúo en la base de la ciudad deseada, la identidad.

Así, han de procurar planificadores y gestores lo que ya proponía la práctica estética francesa de la dèrive, conforme a la evolución de las propuestas primeras de dadaístas y surrealistas, concebida como viaje espontáneo por su entorno cercano en el que el ciudadano olvida un instante su vida cotidiana y deja que las sensaciones que le produce el paisaje, la arquitectura y la naturaleza circundantes, le marquen el camino. La ciudad, el barrio, es el primer y esencial escenario de nuestra experiencia estética, si esta es positiva se consolida la identificación del ciudadano con su entorno, se fortalece la identidad y la preservación o conservación de ese entorno, su cuidado y defensa, dejan de ser acciones impuestas para convertirse en automatismo incorporado, primero, y buscado después. La ciudad vivida no es solamente la realidad física objetiva en que desarrollamos nuestro proyecto, también es experiencia estética individual y colectiva y esta será la que organice, al final, el espacio urbano. Puedo parecer en exceso categórico en tal afirmación, pero a ello me lleva el proceso que trato de explicar en esta tribuna. No se confunda, en todo caso, este corolario con el que concluyo. La ciudad deseada y como llegar a ella no la identifico con la ciudad perfecta, ni siquiera con la ciudad amable o feliz. Es un proceso al cual hemos de aproximarnos con paciencia, desde el análisis y el método, desde el estudio profundo, desde la observación detallada y tranquila y el planteamiento y destrucción de hipótesis concretas sucesivas.

Solo el ciudadano y la sociedad tienen, siempre, la última palabra. Es esta, ahora sí, la única realidad incontestable del proceso urbano. A esa última palabra podrá acercarse el gestor desde la humildad, previendo y proponiendo, nunca disponiendo de aquello y sobre aquello que queda fuera de su ámbito de actuación y de su responsabilidad, la libertad individual. El ciudadano puede percibir, al final, la belleza de una metrópoli tumultuosa y llena de vida, mientras que su vecino solo percibe la ciudad solitaria en la que, de vez en cuando, se unen soledades y solo se comparte el silencio del alma. Y quizás sea este el reducto último de aquella percepción estética del ciudadano donde encontrar la belleza, el poder disponer de las calles y los parques de su entorno, donde perderse en soledad para reencontrarse a sí mismo y a la ciudad deseada.

Marcos Sánchez Foncueva es uno de los mayores expertos en urbanismo y suelo de España. Licenciado en Derecho, toda su carrera profesional ha estado ligada al urbanismo y al inmobiliario. Tras dirigir las Juntas de Compensación de Sanchinarro o de Valdebebas, ahora lidera la Junta de Compensación de Los Cerros, uno de los ámbitos urbanísticos del sureste de Madrid.

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