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Guerra en Gaza
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Asistimos estos días a la devastación producida en Gaza tras largos meses de asedio y conflicto. Las imágenes que pueden verse de la población regresando o saliendo de sus escondites a la calle, en una ciudad absolutamente devastada, nos retrotraen a los episodios que han asolado las ciudades europeas durante siglos. La incursión en Gaza por el ejército israelí, después de la barbarie empleada por Hamás el 7 de octubre de 2023, es un nuevo y trágico episodio de la tensión permanente que se vive en Oriente Próximo, con una ciudad destruida por completo y durísimas consecuencias para la población palestina. Todos los que viven e intervienen en este conflicto saben bien que está en juego la identidad misma de Israel como nación y su relación con su propia historia y con su futuro.

Europa se mantiene en un segundo plano, esperando acontecimientos. Europa es un continente forjado a sangre y fuego. Los conflictos han sido una constante en la creación de lo que hoy es Europa. Esta debería ser razón suficiente para cuidar la organización que los europeos nos hemos dado a través de la UE, uno de los esenciales motivos para entender y atender de manera eficaz y productiva a todo lo que se va construyendo. 

Cierto es que los europeos hoy tienen, en mayor o menor medida y dependiendo de la historia de cada nación, bastante superados aquellos conflictos y de ahí, entre otras razones, el desapego de la ciudadanía europea con una organización cada vez más impersonal, más burocrática, menos resolutiva. Pero ninguno de sus estados puede ni debe olvidar de donde venimos, no podemos perder de vista la realidad, la historia, el origen de donde partimos. Esta realidad debiera convertirse en uno de los asideros para vincular a la juventud europea con la idea de Europa. Una juventud en una preocupante mayoría adormecida y centrada en la pantalla de su dispositivo, sin ganas de aprender, ni de crecer, ni de creer. 

Esta situación es la que explica, también, la indolencia de la sociedad europea frente a lo que sucede, ya no solo en Gaza, sino en otras muchas partes del mundo, principalmente en los países menos desarrollados del planeta. Y ese es uno de los mayores riesgos que afronta la construcción de Europa hoy. La indolencia, el escaso interés en la formación integral de su juventud, la permanente generación de intereses insustanciales alimentados por unas redes sociales empeñadas en la desesperada comercialización de la realidad.

Comprendo que lo que expreso puede ser objeto de incomprensión, y hasta de reproche, por una juventud que permanece impasible, que contempla la realidad que la circunda como si de un videojuego se tratara. Lo cierto es que Europa no puede dar la espalda a la seguridad. Lo está haciendo, empujada por la muy falsa idea de tranquilidad y de comodidad que hemos creado entre todos. 

En las sociedades europeas no podemos permitirnos arrinconar, como lo estamos haciendo, los determinantes militares en la organización del espacio urbano. La guerra siempre ha tenido como escenario a la ciudad y esto no solo no cambiará, se multiplicará tanto como lo haga la expansión urbana en el planeta. 

El mundo está sometido a una imparable urbanización de su población, lo cual, más allá de la crítica o debate que pueda suscitar, a favor o en contra, es una circunstancia que no va a cambiar, ni en el medio ni en el largo plazo. La tendencia es a un crecimiento exponencial de la población urbana, superando hoy los habitantes de las ciudades, en más de un 60%, al resto de población en el planeta. La guerra se libra en la ciudad. La invasión de Ucrania, el conflicto en Gaza, Mosul, Alepo..., los enfrentamientos armados se desarrollan en la ciudad. 

Los escenarios de la guerra siguen siendo los mismos desde la Edad Media. Las nuevas tecnologías no han modificado los objetivos, se han especializado, aún más, en la destrucción de objetivos urbanos. La guerra hoy es urbana e irregular. Los combates son urbanos, las operaciones se diseñan calle a calle, las estrategias se dibujan para la intervención en la superficie y en la ciudad que se extiende debajo de la ciudad, en sus galerías, alcantarillas, conducciones y servicios subterráneos. Se utilizan excavadoras, robots, munición específica para apertura de puertas, minidrones y contramedidas contra estos y otras nuevas herramientas de guerrilla urbana. Esta guerra urbana, evolucionada pero no nueva, es la que constituye la estrategia no solo de los grupos ilegales o terroristas armados, sino de los propios estados que se ven inmersos en conflictos, haciendo suya la recordada expresión del general Ulysses S. Grant cuando afirmaba que nunca defendía la guerra, excepto como medio para la paz. 

Las ciudades crecen, se expanden, se generan barrios marginales, especialmente en aquel mundo menos desarrollado. Los gobiernos urbanos o locales, primero, y el Estado, antes o después, como consecuencia directa de un crecimiento incontrolado e incontrolable por precarias estructuras administrativas o de poder, pierden el control sobre la expansión, facilitando la aparición de contrapoderes o poderes paralelos, liderados por organizaciones criminales que controlan el territorio urbano. 

Estos líderes y organizaciones llegan a facilitar y financiar los servicios e infraestructuras que la ciudad o el Estado no proporcionan. La semilla de la guerra urbana está plantada y, no haya duda, germinará de un modo u otro, estallando el conflicto, que será convenientemente utilizado en su favor por otras estructuras estatales cuyos objetivos persigan el debilitamiento de la ciudad y del eEstado objetivo.

Esta es la razón primera por la que la mayoría de los ejércitos modernos ponen hoy el foco de sus entrenamientos en el combate urbano. Se levantan, en ubicaciones geográficas dispersas y diversas, barrios enteros en los que se replican de manera minuciosa los escenarios urbanos de aquellas ciudades que crecen en países propensos al conflicto armado. 

Así está sucediendo en localizaciones del sur y sudeste de los Estados Unidos, en los desiertos de Israel o Kuwait, pero también en Alemania, Inglaterra, Singapur. Un buen ejemplo lo constituye el Joint Readiness Training Center, en Fort Polk, Louisana, donde sobre una extensión de más de 400 kilómetros cuadrados se reproducen con exactitud milimétrica una veintena de pueblos iraquíes.

Esta red de ciudades al margen de la ciudad, en la que intervienen arquitectos, geógrafos y urbanistas, constituyen los campos de entrenamiento de los ejércitos, que se preparan para la guerra de cuarta generación recreando los escenarios clave de los futuros conflictos. 

En estas ciudades fantasma se ensayan las estrategias de combate urbano en las ciudades en desarrollo, pero también en las ciudades del primer mundo, sometidas cada vez en mayor medida a la amenaza terrorista. Se dispersan por estos barrios en la sombra los soldados, simulando ser terroristas pertrechados con fusiles de asalto, con explosivos adheridos a sus cuerpos, en una macabra representación de la ciudad como campo de batalla del futuro y de un inquietante presente. 

Ante este incierto futuro y aunque, como antes indicaba, el escenario de la guerra continúa siendo la ciudad, la estrategia militar de la OTAN y de occidente sí se está modificando sustancialmente. Esta estrategia se había centrado, durante el último siglo, en la elusión del combate urbano, se evitaban los planteamientos de la tradicionalmente conocida como guerra de guerrillas. 

Se prefería y se optaba por el recurso al ataque aéreo como herramienta para vencer a la ciudad y a las grandes conurbaciones. La ciudad era el blanco de las estrategias militares y de la guerra, pero no se consideraba como campo de batalla. Las derrotas en ese cuerpo a cuerpo urbano sufridas por el implacable ejército de los Estados Unidos en los escenarios de Oriente Próximo y de Asia central, ha llevado a ese replanteamiento de las estrategias militares, empujándolas a la turbadora asunción de la ciudad como campo de batalla.

Vuelvo ahora al desalentador escenario de Gaza. Más allá de ideologías y posicionamientos, cualquier persona de bien espera que la tregua se alargue y consolide. Cierto que las posturas parecen hoy irreconciliables. La sociedad israelí, en una enorme mayoría, no quiere un Estado palestino. 

Igual o más difícil será convencer a los palestinos de Gaza y Cisjordania, sometidas al imperio de contrapoderes y de grupos ilegales que gobiernan de facto, siendo quienes procuran y financian los servicios a su población, bajo el mando de líderes a los que un interesado carácter religioso les otorga un poder casi omnímodo, con el apoyo de poderes estatales extranjeros. 

Sin embargo, ha de trabajarse con decisión en esta tregua. Muchas guerras han finalizado de esta manera, con la consolidación y validación internacional de treguas pactadas. No hay razón para que este no sea el caso. Habrá de asumirse por todos, claro, que la paz alcanzada tras la tregua es nada más que otra fase del conflicto, no es la paz definitiva, ni mucho menos. Nadie ha de engañarse pensando que todo ha acabado. La intervención internacional es precisamente ahora cuando ha de ser más importante y decisiva.

Europa debe liderar la negociación y, por supuesto, la reconstrucción posterior. Nadie mejor que Europa para llevarlo a cabo. Sus ciudades quedaron destruidas, arrasadas tras la II Guerra Mundial. La reconstrucción acometida tras el conflicto fue ejemplar en la mayoría de los casos, operando una extraordinaria y profunda transformación de sus ciudades, muchas de ellas, casi todas las más importantes, reducidas a cenizas. 

Europa puede ilustrar a Oriente Próximo y al mundo sobre lo mejor y lo peor de aquella reconstrucción. El conflicto está en la base de la naturaleza humana y siempre ha sido parte consustancial al desarrollo de la ciudad. Es la ciudad la más bella y más perfecta creación humana y, precisamente por ello, lleva impresa, en la otra cara de su moneda, la crueldad y la destrucción. Esto puede discutirse, por supuesto, desde la antropología y la filosofía, pero ambas disciplinas son conscientes de esta realidad, que acompaña al hombre desde la fundación de la ciudad de Uruk hace casi 6.000 años.

Séneca ya afirmaba que una era construye ciudades y una hora las destruye. La guerra siempre será una amenaza. Europa no puede esconder la cabeza bajo el ala. Sus ciudades han de estar preparadas para lo que pueda venir. ¿Lo están? Creo que la respuesta es muy clara. La guerra es connatural a la especie humana. Si no se plantea así, Europa estará condenada, de nuevo. Entretanto ha de contribuir a la superación del conflicto en Israel, su obligación es ser protagonista indiscutible en la búsqueda de la solución. Aquella guerra se libra también en Europa. Como la invasión de Ucrania. La destrucción a la que Rusia la ha sometido afecta de manera directa a Europa. La devastación de Járkov, Kiev, Dnipró, Odesa, Kamatorsk, Mariúpol, etc., es la devastación de Europa.

Marcos Sánchez Foncueva es uno de los mayores expertos en urbanismo y suelo de España. Licenciado en Derecho, toda su carrera profesional ha estado ligada al urbanismo y al inmobiliario. Tras dirigir las Juntas de Compensación de Sanchinarro o de Valdebebas, ahora lidera la Junta de Compensación de Los Cerros, uno de los ámbitos urbanísticos del sureste de Madrid.

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