Parecen versos sueltos. Las camelias de la que fuera casa de la poetisa Rosalía de Castro se alojan en un jardín pequeño romántico y risueño con mucho de ensoñación y algo de huerta que induce inevitablemente a la poesía.
Y, como si fueran el preludio de un poema, reciben a la entrada al visitante y acompañan un paseo que no puede ser más lírico. Un sendero que se dobla en un recodo y penetra en un túnel de verdor, con una mesa de piedra y una parra.